jueves, 28 de abril de 2011

La marea de los muertos (fragmento)/Francisco Velázquez

El día dos de noviembre, a las cuatro de la tarde, plena marea de los muertos, caminamos lentamente entre la bruma y el salitre. Antes de salir, Fabienne insiste en ceñirse el cabello con una cinta azul celeste.
Nos detenemos a mirar un grupo de pescadores que no han salido a la mar y están en un ventorrillo donde venden cervezas y frituras.
Sé esto, que nada más preciso saber. En ese momento fluido, impreciso, cuando las sombras avanzan y se asienta breve el atardecer, vemos el resplandor lejano del cementerio donde se ha organizado un encendido de luces para la visita anual de los deudos.  Esa es la realidad palpable. Entonces se suceden deslindes importantes en el continuado de las cosas y quedamos encerrados en medio de círculos concéntricos que se mecen gentilmente y nos miramos desde lejos ella y yo, desde otro punto distinto al que ocupábamos segundos antes del misterio y la veo huidiza de formas como si estuviese iluminada desde atrás, igual que las láminas de la virgen y tengo la certeza de que antes y después de esto, hemos conversado cosas importantes y tratado asuntos de gran peso y vinculación; trae el momento la vibración de aires extraños que transportan ecos de otras gentes, de otros lugares tan lejanos como, por un decir, La Malacca Inglesa, y tan cerca como dos cabezas sobre una almohada olorosa a menta y suspiros y algo habrá tenido que ver la luz y unos pinos australianos cuyo olor se mezcla con el olor de los naranjos en un huerto cercano y ella pausa, me mira curiosa, como si se estuviese mirando ella misma al espejo por primera vez, o a través del espejo secreto de los descaros en un gabinete de mirones, y no podemos reemprender camino, anclados como estamos en ese escalón del evolutivo más elemental, en la esencia indiferenciada y entramos y salimos, ella en mí y yo en ella, en esta danza nueva de épocas y traen alcances íntimos esos gestos suyos tan deliberados, casi litúrgicos en su conformación, ante el asombro y el desvelo de lo que somos y entonces una sonrisa suya crece vagamente y deviene en carcajada de sonoridad encantada, como campanas en Pascuas y el brillo de sus ojos tan elocuente igual el leve temblor de sus manos tostadas por el sol cuando me acaricia el rostro; retomamos la tábula rasa, esa laja fulgurante de inocencias antes de la Caída y de los destinos que siguieron a ella, nada queda atrás, salvo las tinieblas por las cuales hemos transitado sin el mínimo temor y nos ha llovido luz nueva de polvo de las estrellas; todo transforma en ondas de levedad, sin peso específico ni asidero real y así, por ellas, nos movemos, desenvueltos, audaces, sin importarnos nada y la mirra y el incienso de los amores que traíamos para parcelar, para almohada de nuestros futuros individuales, los hemos intercambiado por el olor de la vida, el de los naranjos y el salitre y viajamos de la mano por las luces del tiempo, reventando de unicidad compartida, toda la eternidad mía recogida en la de ella; la suya en la mía y entonces me da tristeza porque habrá, o sepa usted si ya ha habido, quien se antoje de mí y tendré que enviarle el desengaño porque es Fabienne, no hay otra, ni antes ni después y otros labios y otras tersuras que ya ni me apetecen porque nos bastamos ella y yo e igual acontecen a ella las mismas cosas; todos nuestros alientos, encerrados, en un círculo perfecto como la luna llena en las noches claras, un círculo que toca ambos extremos de la nada y atraviesa el caudal de lo que somos, que recorre desde los páramos grises de un vacío al otro, con señaladas orillas, breves, que asoman a los acantilados de la nada y al centro de todo, la luminosidad incandescente donde nos desenvolvemos, la he visto yo con un traje amarillo verano bajando por el sombreado de una calle empedrada, desbordando de vida, con la misma fisura breve en el mentón y también de niña, dolidamente hermosa, como las que aparecen en las telas de los pintores flamencos, bucles y un pecherín bordado y almidonado, intensa y adivinatoria la mirada suya y habitamos lugares que sólo conocía por láminas: una habitación que mira a unos techos de terracotta mientras desayunamos duraznos, leche y pan untado con miel, sentados en medio de sábanas revueltas y ella limpia de mis comisuras el jugo de la fruta con un pañuelo de lino bordado y le acaricio la frente y me detengo al borde de un rizo salvaje que refleja la luz fría que penetra por la ventana y, en lo que toma pestañar,  nos mudamos a otro lugar, la Cochinchina o Ceilán --me parece por los aires frescos y suaves-- y ella me cuenta un secreto que ha aprendido allí-- aunque hay desconcierto porque en esta etapa Fabienne tiene veintitrés años y yo sigo con quince y está de pie frente mío-- desata su kimono y acerca su vientre a mi nariz y huelo orines dulces, lejanos y me habla que se toma sus orines, a la prima, cada mañana, media taza, me dice que es un calmante extraordinario y que en Asia le llaman la cura del urinario , cuyo balance se lo frota y se queda tal cual, embalsamada, hasta media mañana cuando toma su baño matinal para salir y entonces, obedeciendo, la sigo hasta el WC donde hacemos la matinal y nos orinamos mutuamente y el calor de nuestras alegrías son como la sangre que inunda y oprime el pulmón tras de una cirugía y el médico la extrae de un puntazo intracostal con un bisturí que la expele tan caliente que quema como un café recién servido y entonces retornamos a los giros de estas esencias del tiempo donde no hay pasado ni porvenir, sólo ese presente eterno, el soy trascendental de los místicos y echamos a andar por calles que en las realidades antes de esto, eran caminos nuevos que faltaba yo por pisar pero ahora los conozco; sé adónde dirigen.
Es la ruta del latido.
Imbricados como estamos en este universo concéntrico avanzamos y retrocedemos en el tiempo, siempre de la mano porque somos desde el inicio y duraremos más allá de dios y la eternidad, por el tiempo que queramos; se presta todo a la confusión, falta una medida de coherencia a mis pensamientos y me sobresalta verme desde una perspectiva aérea  y yago sobre un lecho de leña seca y huelo a la mantequilla con que aceleran la combustión de los muertos; ardo y no siento absolutamente nada mientras la busco entre las gentes con la mirada, viéndola de pronto frente a la pira funeraria, titubeando como las niñas cuando saltan la cuica y entonces se lanza sobre mí, su sari en llamas pero parece no dolerle y sonríe: esto también pasará, dice; entonces, en medio de la hoguera, me besa largo y leve en los labios, nuestro primer beso en esta instancia singular desprendida de la otra, la del fuego purificador, ahora cuando han regresado los equilibrios del universo.  Tras de un momento el beso se sale de todo control y ella suspira, cierra los ojos e impulsivamente me besa los labios, los ojos, el rostro y veo con horror cómo sale del círculo, del vórtice que ocupábamos, y se ase de una brizna de realidad como el que se ahoga en un río turbulento y agarra el arbusto que está en la orilla y aunque la veo alejarse, siento su aliento; el beso ha sido un broche por el cual se ha escapado pero allí, en la intimidad de ese encantamiento que aún me estremece, nos hemos observado con especificidad científica, como se mira bajo una lupa a las mariposas atrapadas en un reguero ambarino, inmóviles, intactas, eternas...
--¿Sentiste lo que yo?
--Sí, murmura con serenidad.

martes, 26 de abril de 2011

C.R.E.E./ Gretchen López


     No terminaba de gritar, ¡hostia! cuando ya el primero había irrumpido en mi buhardilla rompiendo el cristal de la puerta corrediza. Entraron por el balcón. El sordo del piso de arriba debe haberles dado acceso. De otro modo no sé como en los cielos lograron estar allí justo en el momento correcto. Una vecina me lo había advertido, que mis conjuros se escuchaban, al menos entre los apartamentos cercanos. Alguien me estaba vigilando hacía tiempo. Ese bendito sordo. Estoy seguro que escucha. Por sus frutos los conoceréis.
     También me habían contado las historias, hasta ese momento inverosímiles, del Comando de Restauración del Estado Espiritual. La primera vez que supe de ellos fue en esta misma barra. La bartender había cumplido 3 años de penitencia por romper una Biblia. En verdad la había reciclado. Era de su devota abuela que acababa de morir y le había dejado en herencia su Biblia. Le encomendó la leyera para que fuera salva ella y su casa. Que el señor podía, por fe, quitarle hasta los tatuajes así como a ella, por la oración intercesora de un conocido apóstol, le había platificado una muela. Claro, en tiempos en que el CREE no hacía falta. No quiso hacerle desplante a la abuela por lo que se le ocurrió usar las páginas del libro como parte de un cuadro. Era artista la chica. Así que justo en la apertura de la exposición, tres miembros del CREE la abordaron en la galería. Le entregaron el interdicto y la citaron. Se llevaron el cuadro también. El juez dictaminó la sentencia tan pronto como los miembros del comité expusieron los hechos. Además se le acusaba por llevar emblemas paganos en la piel  según establece el Código Legal Judiomesianico. Tuvo que hacerse miembro de la iglesia de su predilección y evidenciar su presencia en los cultos por un periodo de tres años. La chica escogió los adventistas del séptimo día porque trabajaba la barra los sábados en la noche. Así podría justificar dormir los domingos hasta tarde. Era en los años en los que el CREE era una joven institución de sanidad. No estaban tan bien organizados. El Capitolio se lo cedieron unos años después, cuando ya habían crecido.
     Para cuando intervinieron conmigo la cosa estaba mejor establecida. La campaña mediática, los Jefes de Tribu, los jueces los sacerdotes, levitas, rabís de caso, apóstoles regionales, adoradores de campo, diáconos de comunidad. Cada iglesia debía rendir informes acerca de sus esfuerzos particulares por propiciar y mantener un clima espiritual sano en sus respectivas comunidades. Pensándolo bien, así deben haber llegado a mí. La vecina del 14 era una viuda muy activa que se aferró al CREE porque su esposo fue diagnosticado con Parkinson y un día después de un culto en su casa, dejo de temblar. Desde entonces era promotora incansable del Código de Conducta Judeomesianico.
     El CREE llega en grupos más grandes ahora. El día que intervinieron conmigo yo conté siete personas. Después me enteré que siempre van siete porque es el número divino. Si la intervención es grande, el comando aumenta en múltiplos de 7. Como la vez que entraron en aquel putero de Santurce. Eran 72. Se llevaron 6 putas y 66 clientes. Dos eran jueces del mismo CREE. A la ley y al testimonio.
     La verdad ese día me había levantado por el lado izquierdo. No sonó la alarma. No había agua. Ya estaba tarde para el trabajo cuando recordé que debía imprimir unos documentos antes para llevarlos al correo. El ordenador se frisó. Fue entonces que se agotó mi paciencia y grité con fuerza, con ganas. De la abundancia del corazón habla la boca. Hasta ese día pensaba que el CREE era un invento de la gente o un par de fanáticos con deseos de importunar. Pero están entrenados. Tienen uniformes, tácticas, insignias, códigos. Algo escuche de Alpha y Omega. Armagedón. Operación Daniel y los leones. Romper el Arca...
     Los uniformados entraron por la fuerza. Eran 4. Me pusieron de rodillas con el rostro en el suelo. Yo estaba desnudo como David cuando danzó en el templo. A pesar de lo invasivo de su intervención, fueron corteses dentro de lo posible. Uno de ellos fue hasta la entrada y le abrió a otras tres personas. Cuatro y tres son siete. Una mujer y dos hombres. La mujer se arrodilló junto a mí. Puso el rostro en el suelo igual que yo. A la misma distancia de mis ojos me preguntó que si sabía quiénes eran y porqué estaban allí. Le  pedí que me pusieran de pie, que tenía problemas en la espalda. - Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados- dijo una voz desde arriba. Se dobló para presentarse. -Soy Pablo. Apóstol local para el CREE. Quise venir personalmente a intervenir contigo. Por lo regular se encargan los diáconos pero el tuyo era un caso bastante mencionado. Ella será tu Rabí, me explicó señalando a la apacible joven.  
¿Sabes lo que hiciste?- 
-Sí, me cagué en la hostia, que en mi fragmentada construcción moral no tiene ninguna jurisprudencia.- 
     Todos hicieron silencio y, como autómatas, los que estaban de pie cayeron de rodillas. Les escuché susurrar apenas unas palabras, casi mantras. Entonces todos se levantaron e hicieron lo mismo conmigo.
     La mujer, que por cierto era hermosa, haló una silla del comedor y me la ofreció. Mariana Cruz, se llamaba. Nos teníamos que ver todas las semanas. Mujer virtuosa, ¿quien la hallará? Comenzó a explicarme los pormenores de la intervención. 
-El CREE es un comando especial, la representación ciudadana de una comisión conjunta de esfuerzos para salvar a DIOS. Si no existimos DIOS se desintegra y si DIOS se desintegra, la tierra, como la conocemos deja de existir. El CREE existe para mantener el balance del Universo. Nuestros esfuerzos mantienen el ejercicio de la fe activo y de esta manera aseguramos la persistencia cósmica de DIOS. Verás. DIOS es una fuerza sostenida por el ejercicio humano de la FE. A más Fe, más DIOS y viceversa. Nuestras intervenciones sirven para asegurar el equilibrio porque DIOS sin el hombre, se desvanece. Sé que no entiendes ahora, pero en la medida en que asistas a las reuniones semanales iras atando cabos. No vas a ir preso. Solo estamos aquí para asegurarnos que cumplas con tu porción de FE. Conocerás la verdad y esta te hará libre.
     El tercer hombre nunca se presentó. Anónimo. Básicamente oraba. Se mantenía con los ojos cerrados casi todo el tiempo. Apenas daba dos pasos y se detenía otra vez. Volvía a cerrarlos. Sé que oraba porque movía los labios pero decía Amén con fuerza. Luego supe que era un adorador de campo. Tienen uno de ellos en cada intervención y que el mío era el más diestro.
     Como a la bartender, a mí también me dejaron un interdicto. Me echaron 4 años y un semestre de clases bíblicas en el Instituto Teológico que por supuesto paga el CREE. Hace un mes que terminé mi tiempo. Escogí una congregación metodista porque no me gusta el alboroto ni eso de las lenguas. He seguido asistiendo a la congregación porque me gusta. Mariana va de vez en cuando. Además se come bien después del culto. Hoy el pastor habló de la visión de los huesos secos. Después del almuerzo me dio por una cerveza. Espero que DIOS no se afecte tanto por eso. Es que hace un calor profético. Me pregunto si el CREE está consciente de eso. Del calor que es cada vez más imposible. Y la ola criminal. Tal vez por eso lo hacen, lo de irrumpir en la vida de la gente y ponerlos de rodillas.

Noche desde Ucrania II/ David Caleb Acevedo







Febrero vino para decirme que el negro es el color inmediato de las palomas durante el día
como la sombra de los párpadosde un parque
que sirva para proveer las sendas entre individuos con supuesta inteligencia emocional
porque todavía recuerdo a aquella viejita artista
quien bajo el eterno barrunto de algún campo de concentración
          bajo estrella de seis puntas azul
tomó un cartón, el hollín y el sucio de su propia mierda
y dibujó su autorretrato.

Marzo me trajo las girasoles de Van Gogh
¿por qué girasoles si faltan las orejas
que no cubren la falta de querencia en los veranos?
Y es que en Ucrania el cielo siempre es gris, azul gris, negro gris
y los fantasmas se acercan por aquello de la búsqueda de intimidad.

Mayo llegó como dijo Eliot buscando el mes más bello
pero mayo me dejó solo
buscando cuál sería exactamente el pueblo de mi infancia
y es que no lo hay
si la carencia rima con querencia.

Junio es un asterisco demasiado frío para las playas sucias del norte
y las infestadas de tiburones del sur.
Julio me trajo las remembranzas de febrero y marzo por ser el segundo y el tercero
segundo fue mi hermano, y tercera mi hermana
segundo fue el abuso de las costillas rotas
tercera la mano amiga que unió los tejidos
para darle lo que tienen los bosques en Ucrania:
hojas, raíces, vamos a arreglar esos pulmones
dame el sol que dibuje un cielo más claro aunque no sea azul, sino gris con amarillo
dame el sol de Agosto
que finalmente traiga de vuelta los queridos de mi carencia
dame Agosto las vestiduras uniformes de las escuelas,
los restaurantes de comida rápida en hora de almuerzo
y las filas largas de los que buscan algo de ayuda en este país tan bello.

Septiembre me devuelve la lluvia y por ello
le agradezco su presencia luego de tanto calor y tanta cuaresma.
Septiembre con su infinita sabiduría de Saturno
me dicta los versos que evitarán que los padrastros se coman a sus hijas
y las madres abandonen los fetos en la esquina de algún centro comercial.

Octubre termina mi año, porque en los bosques de Ucrania
todo da igual, gris, amarillo, hojas, árboles en eterna hambre
y me pregunto si podré,
con la mugre, con cartón y con mi mierda
pintar mi cruel autorretrato.

jueves, 14 de abril de 2011

FALKIANS PHOTOS/ Dan Dalion



Three days later Malcolm’s sense of smell came to his aid. 
“Something is rotten”
“Are you Marcellus?”
“What are you talking about?”
“Hamlet, act 1, scene 4”
“Shit. I’m talking about something really…messy”
Malcolm wrinkled his nose again. 
“Wow”, he said, “something is dead”.
“Something big”  Grez agreed.  “A horse, maybe?”
“A horse, here? I don’t think so”.
“Well, then…a dead falkian?”
“Let’s find out”.
“ Do I look like a bloodhound to you?” asked Grez, hands up, like being robbed.
They left the aircycle near the pines by the side of the track. No one would steal it. As far as Malcolm knew, they were the only people for miles around. The two plunged into the woods, both of them carrying shotguns. Soon Grez realized that he, indeed, was no bloodhound. And tracking by ear or sight was not very easy. It was midday, but the dust flying in the air and the dark shadows of the trees, made the search more difficult than he expected. He tried to decide were the stench was stronger. Malcolm, however, looked like he was on a field trip. He had gone off in another direction and was out of sight.  Grez thought about Abby. Remembering her, right now, was really distracting. He couldn't help it. He was in the verge of quitting. He wanted to return to the base right now, but then, from the edge of the meadow, Malcolm called, “Grez, I found it!
He ran toward him, his heart thumping. “ It’s a…?" he asked.
“See for yourself”. Malcolm pointed to a lump of meat that lay among the grass and weeds.
“ Looks like a dead falkian. Let’s get out of here” said Grez, softly.
“C’mon, first you started talking like Hamlet or whatever, and now you want to leave this, without even taking a photo? Are you fucking crazy?”.
“No shit. There are fucking shiny blue flies still buzzing above…it”.
“ And horned beetles”.
The truth was Grez had a sensitive stomach. He liked to find falkians alive. Then he could take hundreds of photos, return to the base and make a confirmation: yes, there are some falkians out there. He really didn't care that much. It was just his job. Those mutant ugly bitches were really fucking lizards walking like humans. You couldn't even eat them. 
“Why do you want to leave?” Malcolm asked.
“Well, this... thing is dead, and as far as I know it means there could be living things around. Maybe the one that killed this one is still near”.
“How do you know this… thing was killed? Maybe it was sick and…”
Grez walked out to the falkian. “Look. He has a huge wound in the center of his chest”.
“HIS chest?"
Grez started to ger nervous. “What's with the questions?” He asked.
“I’m just…curious”.
In fact, it was not very easy to determine male from female. It was not still clear if falkians were there before the terraformation. That was the point. Maybe they were part of the zoo engineering project. Maybe not.  Anyway, they were elusive as hell. It was very difficult to study them alive. Killing was not a good idea. Maybe there were a million of them. Maybe a hundred. Who knows.
Both were sweating heavily, although the day was mild. As it has been for the last 103 years. The dust was still there. Humidity was extremely high. Grez started to feel like ants were crawling over his bones. Malcolm said something and Grez didn’t understand what was he saying. 
“What?” he asked. 
“Man, take some photos, please. Do your job. It will only take a minute”. 
“Damn! OK!” answered Grez, leaving the shotgun in the grass and taking out his camera.
He realized that it was the same camera he had used two weeks ago to take some beautiful pictures of Abby. That was a very cool time. It felt good. And then, less than a week later, she just wrote to him. “It’s over. I can’t stand it anymore. I love him”. Three days ago, she just vanished. 
Now he was here, about to take photos of a dead falkian and Malcolm was right by his side, looking peacefully toward the meadow. Grez approached the corpse as close as he could. For the first time he could hear birds singing. This meant it would be night soon. He shot some random photos and then used the zoom to concentrate on details of the dead thing. Six, seven stills. Suddenly, he felt like winter had just arrived in a second, freezing his entire body. The dead falkian had a thin gold chain still attached to its neck. He wanted to vomit. “Jesus fucking Christ” was the only thing he could say. He felt Malcolm’s presence, just having a good time by his side. 
“Sniff, sniff. I smell fear” said Malcolm.
“How can you do that?” 
“What? Oh, C’mon, you two could do that, and I can do this. If you were in my shoes, you would do the same. Don’t worry. It will be flyblown by this time next week. What the hell? Your work will keep her memory alive, you motherfucker” Malcolm said, smiling, aiming the shotgun to Greg’s chest. 
“Malcolm, we were just flirting”.
“And now you are flirting with death”. “Man, this feels really good”, he added.  “Can you take a picture of me, right now?” 
Grez didn’t answer. Malcolm repeated the question putting the barrel of the shotgun to Grez’s forehead. This time he said yes, quietly. Malcolm took two or three steps back and stood still. He saw the flickering red light of the photo being taken. “Nice. And now I have to finish my job”. 
“ Please, don’t kill me”.
Malcolm lean onto the corpse, keeping the shotgun aiming the other man. He took the gold chain and put it into a little plastic bag. “Now, keep taking photos motherfucker. It is a dead falkian, indeed. I knew you two were having an affair.  Hey, it’s cool. That’s life under the sun and under the dust”.
He kicked some rocks, with disdain. He looked at Grez with a smirk on his face and start talking again.
“You see, in isolation there is a risk of making the trivial essential. She told me a week ago. Then she left…out of guilt, or just tired of all this shit. She left her little golden chain in my room”. Apparently, Abby, Dr. Layla Abraham, biologist and a pretty good singer, took a stress leave and flew to the InterStation for medical treatment. Grez's mouth fell. He felt  like he was melting from inside out. Could he believe what Malcolm was saying?
“I have finished my labour here” said Malcolm. He started to walk back to the aircycle. Grez ran toward the shotgun he had left on the grass. Picked it up and prepared to rip Malcolm’s head off.  He pulled the trigger. Nothing happened. He just heard Malcolm’s voice: “Grez, your shotgun has no charge. It isn't loaded. I’ve everything well planned”.
The man sat on the floor in disbelief and heard the sizzling sound of Malcolm’s aircycle going away. He waited for a long time, thinking random thoughts like how the centrifugal compression cools the aircycle or how Abby beat him every time they played chess. It was a pitch black night. As usual. He cleared his mind. He would stay there, quietly. In the red morning he would walk slowly but steadily toward the base. He will be there in five or six hours. “No reason to be pessimistic.  Maybe Dr. Merbold will find me. He'll be looking for rocks and things in ancient river beds” he joked to himself. He closed his eyes. Major Grez, the finest pilot in the world, couldn't stop thinking about why he was there, in the middle of a slow terraformation, working as an overrated photographer. He had started doing it because Abby needed help. When the late Dr. Falkian found those strange creatures, Abby was just an apprentice. She took the photos. When a creature tore the doctor apart Layla Abraham, bravely (weirdly) took his place. The creatures were named after the deceased. He, the pilot hero of the Last War, became a monster paparazzi. 
He tried to be cool. Noises. Distant cracking sounds. A sizzling. He stood up, just in time to see the glowing eyes of a falkian, running towards him. Then he did a strange thing. He took his last photo. Not bad at all.


Dan Dalion es un escritor de ciencia ficción. Actualmente reside en Toronto, Canadá, donde administra un negocio de expendio de licores.

El tocadiscos de aguja/ José Liboy



El tocadiscos compacto acababa de salir al mercado. Era una máquina nueva para nosotros y uno se enteraba de que existía por medio de revistas, ya que no había cable TV ni Internet. Yo me había criado con un primo que siempre estaba pendiente a estas novedades. La película Star Wars la fui a ver con un grupo de la escuela superior, pero mi primo me mostraba algunas escenas en una revista. De la misma manera, me había enseñado el tocadiscos compacto. Cuando empecé a trabajar, me propuse comprar un tocadiscos compacto, pero mi padre me sugirió que comprara mejor un tocadiscos viejo.
-¿Por qué si dicen que el tocadiscos compacto tiene mejor fidelidad y es más liviano que el tocadiscos de aguja?- le pregunté.
-No debes pensar en términos de fidelidad- me dijo mi papá. –Debes mejor considerar los sentimientos.
-¿Sentimientos?- le pregunté.
-Sí, los sentimientos. Yo te voy a contar ahora una historia para que tengas presente los sentimientos a la hora de escuchar música. A tu abuelo no lo conocimos, aunque vendía radios de onda corta. Una vez, cuando salió el tocadiscos stereo, yo quise comprar uno. Pero tenía que ver si compraba el tocadiscos o un radio de onda corta que el hermano mayor de tu abuelo salió a venderme cuando empecé a trabajar.
-¿Hay alguien que quiera venderme algo?- le pregunté. 
-Exacto- me dijo. –Es una muchacha que sabe que tu abuelo vendía radios de onda corta y a la que le sorprende que estudies en una escuela religiosa. Ella cree que tu abuelo pudo haber sido físico si hubiera podido estudiar. Incluso dice que le robaron inventos de electricidad. Ahora resulta que ella dice que los tocadiscos de aguja son mejores que los nuevos tocadiscos compactos. Yo te aconsejaría que compraras un tocadiscos de aguja primero y que dejes pasar los años. 
-¿Es ella la que va a venderme el tocadiscos viejo?- le pregunté.
-No- me dijo. –Espera que alguno de tus amigos salga de uno y se lo compras usado. Yo voy a hacer arreglos con tu tío para que vendas tocadiscos de aguja nuevos, pero tú cómpralo usado. Yo creo que eso le va a agradar a la nena. Según me han dicho, ella quiere poner un negocio de tocadiscos de aguja mejores. Algunos tocadiscos son alemanes y otros son ingleses. Si hablas con su novio, o con alguno de sus amigos, seguramente te diga que la fidelidad del tocadiscos viejo es mejor y que el sonido del compacto es frío y desapegado. La fidelidad es una característica sicológica. Puede ser que la fidelidad del tocadiscos nuevo no sea mala, pero todo el mudo está vinculado sentimentalmente a los tocadiscos viejos.
Hice lo que mi papá me sugirió y esperé a que alguno de mis amigos saliera de un tocadiscos de aguja para comprárselo en segundas manos. Le conecté el tocadiscos usado al viejo amplificador de mi papá. Aunque los discos de vinilo ya eran cosa del pasado para la época en que yo empezaba a trabajar, compré casi toda la música nueva en discos de vinilo. Dio resultados el consejo de mi papá, ya que casi enseguida pude no solamente trabajar con él, sino vender tocadiscos viejos. Había un señor cubano que quería salir de un lote de tocadiscos viejos y me los ofreció al costo para que pudiera obtener algunas ganancias. 
Recién comprado el tocadiscos viejo, lo vendí casi enseguida y compré otro con más cosas. Le agradaba a la nena que me los vendía que no comprara los compactos nuevos y esa era nuestra relación sentimental. Ella me presentó algunos amigos que me hicieron demostraciones en sus casas de tocadiscos finos y algo más costosos. Todos deploraban que el tocadiscos compacto se quedara con la industria del disco y constantemente defendían a las personas que vendían tocadiscos viejos. Yo a veces razonaba con ellos. Por ejemplo, les contaba que mi abuelo, que vendía radios de onda corta, se había quedado algo rezagado cuando salió el tocadiscos y que nosotros, los miembros de su familia, estudiábamos en escuelas religiosas y no en escuelas técnicas. Pero los amigos de la nena seguían absortos en la discusión sobre la defensa de los viejos tocadiscos.
La cuestión es que pasaron los años y que mis relaciones con la nena no se dañaron. Como ella defendía mucho los tocadiscos viejos, no nos quiso decir que había empezado a vender los nuevos. Para no dar su brazo a torcer, vendía los nuevos, pero muy caros. Yo me fui olvidando de los tocadiscos y pensé mejor en ser papá, ya que esa meta no tiene nada de novedosa. En los nuevos discos los cantantes exageran que los muchachos de mi época prefieren más estar con sus hijos y menos con sus esposas. Los hay que tienen a sus hijos criados por madres ajenas. Yo le dejé el asunto de los tocadiscos a mis padres, y ellos mismos compraron tocadiscos compactos cuando el tocadiscos viejos ya empezó a ser algo raro muy difícil de conseguir. 
Aunque tenía una colección de discos de vinilo bastante gruesa y pesada, cuando nació mi hijo dejé de escuchar música. Ahora me pasaba la mayor parte del tiempo pensando en mi hijo y ya no pensaba en la nena que me vendía los tocadiscos viejos. La había dejado olvidada porque no era mi novia. Me había tratado con cierta distancia porque yo era para ella el nieto del vendedor de radios de su pueblo. Supe que su negocio había crecido y que incluso vendía tocadiscos compactos para carro, algo que yo siquiera lejanamente había pensado poner en mi carro. Más nieta de él parecía ella, que seguía vendiendo tocadiscos, que yo que me había dedicado a escribir cuentos para mi hijo y otros niños de su edad.
Cuando mi papá estaba casi al borde de la otra vida, volvió a hablarme de lo que él quería que hiciera yo con los tocadiscos en los años siguientes a su fallecimiento. La muchacha que me vendía los tocadiscos había tenido una hija, y la traía a la casa de vez en cuando con una de sus nodrizas. Un día en que trajeron a la nena chiquita, mi papá me volvió a hablar de los tocadiscos.
-Estuve en una tienda de descuentos que está liquidando unos tocadiscos de aguja a precios muy módicos. Yo compré uno y lo traje a la casa. Ahora, quisiera que para que durara compraras otro. 
Aunque yo hubiera preferido comprar un tocadiscos compacto, le hice caso a mi papá y compré otro tocadiscos viejo para mí. Me puse a pensar menos en mi hijo y otra vez en el asunto de la muchacha que me vendía los tocadiscos.
-No voy a durar mucho- me dijo mi papá. –De manera que yo te aconsejo que le sigas dando el gusto de comprar tocadiscos viejos. Deja que tu mamá se encargue de comprar los tocadiscos nuevos. 
Como dos años después de la muerte de mi papá, todavía seguía oyendo música en los tocadiscos viejos y pensando menos en mi hijo. Ahora tenía que tener presente el asunto de los tocadiscos otra vez. Un día en que nadie me estaba mirando, compré un disco compacto de todos los “hits” de un grupo que cantaba muchas canciones sobre los niños y sus padres. Casi no escucho música ahora, pero de vez en cuando escucho a ese grupo en particular. No pienso en la novedad de los nuevos aparatos. El tocadiscos compacto que nunca tuve de joven ya es una cosa vieja, igual que la música que escucho todavía. Pero para oír música me dejo llevar por sentimientos.